En los últimos meses, el Instituto de Investigación en Vacunas de la Universidad de Duke, junto a otros centros en EE. UU. y Europa, ha hecho públicos los resultados de ensayos preclínicos en los que utilizan virus sintéticos —creados desde cero mediante ingeniería genética— para desarrollar vacunas universales.
En el caso de la influenza, estos virus artificiales logran simular múltiples cepas del virus real, preparando al sistema inmunológico con una protección más amplia. Lo mismo ocurre en el desarrollo de vacunas experimentales contra el VIH, el SARS-CoV-2 y otros virus respiratorios emergentes.
Esta nueva generación de vacunas no se basa en atenuar el virus natural, sino en diseñar estructuras virales completamente nuevas, que no existen en la naturaleza, pero que activan las defensas del cuerpo de forma segura y eficiente.
¿Qué significa esto para la salud pública?
De confirmarse su eficacia en humanos, podríamos estar ante el principio del fin de las vacunas anuales para la gripe o las múltiples actualizaciones del COVID-19. Una vacuna universal significaría inmunidad prolongada y preparación ante nuevas pandemias.
Sin embargo, el desarrollo de virus sintéticos plantea también profundas preocupaciones éticas:
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¿Qué pasaría si estas tecnologías cayeran en manos equivocadas?
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¿Cómo se controla el uso dual (médico vs. militar)?
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¿Podemos realmente simular la evolución de un virus en un laboratorio sin consecuencias inesperadas?
En República Dominicana y Latinoamérica, donde la cobertura de vacunación aún enfrenta desafíos, esta innovación abre una conversación sobre acceso, regulación y educación científica.